A veces me pregunto qué habrá detrás de las palabras. Me gustaría mirar detrás de cada palabra como niño curioso que mira debajo de la alfombra. ¿Qué realidad esconderá cada palabra escrita, cada frase, cada sonido emitido? Ha de ser diferente para cada uno, y para cada momento. La misma palabra, depende de cuándo y quién la diga, esconderá esperanzas, miedos, sorpresa, vergüenza. A veces simplemente ignorancia, o incluso tedio: palabra repetida como canción insulsa del verano, para rellenar el hueco, para nada, por nada, solo porque quiere salir y sale, así sin más.
A veces voy un poco más allá y me gustaría saber qué hay detrás de la mente, cómo se siente cruzar del otro lado, cómo se verán las cosas desde allá. Quizás ya no haya más palabras, ni pensamientos, ni imágenes. Imagino ese “espacio”, por llamarlo de alguna manera, como un descanso infinito, fresco y liberador.
Escribo para hacerme amiga de mis palabras, para darles libertad, para que no se sientan tan oprimidas y para que dejen de rebelarse contra mí. Escribo desde que me di cuenta de que las palabras son los enanos de mi circo. Cada tanto, cuando ya no aguanto más el estruendo de sus ruidosas pataletas, me las llevo a jugar a un parque imaginario, que es una hoja de papel o un ordenador, según lo que tenga más a mano, y se quedan tranquilas por un rato.
Entonces puedo dedicarme a otras cosas. Puedo trabajar, hacer la comida. Incluso me doy el lujo de sentarme a meditar. Meditar para mí es dejar que los pensamientos salgan, se aireen, se agoten, e intentar intuir qué hay detrás. A veces observo por una pequeñísima mirilla que encuentro en la enorme puerta cerrada, tapada por la maraña de palabras, imágenes, recuerdos y pensamientos que han ido creciendo sin control durante mis 40 años de vida. Ahora tengo una podadora que se llama escritura, y otra que se llama meditación. A veces esas herramientas logran hacer un agujerito en el muro impenetrable, pero yo nunca sé dónde está esa rendija. Por más que me esfuerce por buscarla, aparece siempre de golpe, cuando menos me lo espero. Intento mirar por ese agujerito tan pequeñito, casi imperceptible.
Pero cuando empiezo a creer que por fin se ve algo, me nacen nuevas palabras, rebeldes incorregibles, que crecen y crecen, tapando otra vez el dichoso agujerito, y me dicen vanidosas “¿no quieres ver qué escondo detrás de mí?” O algunas, más complejas, son como una flor diminuta y coqueta, que al intentar arrancarla desvela una raíz profundamente enterrada en las entrañas de la tierra, por más que tiras y tiras nunca llegas a verla… lo único que me queda por hacer, otra vez, es llevármela de paseo, con la esperanza de que quizás, algún día, cuando menos me lo espere, me desvele su secreto.
Foto: “La llave del corazón”, Alejandro Espinosa Mateo, en: http://obture.com/user/alexem88/photo/5070