viernes, 29 de julio de 2011

Nieve



Levanto la vista un momento y miro por la ventana.

Sin aviso, como un regalo inesperado, veo la nieve caer lenta, silenciosa,

dejo mi tarea por unos segundos y me quedo mirando.

Los copos, minúsculos y etéreos, casi tan ligeros como el aire,

parece que flotaran, se dejan llevar, levemente se elevan, giran en su danza

antes de posarse, suavemente sobre el suelo.


Antes de fundirse en el manto blanco que se irá formando poco a poco,

sólo si el frío lo permite, si el sol demora un poco más su calor.

Los copos no tardarán mucho en desaparecer, en transformarse en agua que alimenta la tierra,

pero mientras tanto bailan, disfrutan de su ligera caída,

y al hacerlo me embelesan, el tiempo se hace elástico como si todo de repente ocurriera en cámara lenta,

como cuando era niña, y podía simplemente mirar, sin pensar, disfrutar del espectáculo y perderme en él.

Sin pensar en el mañana, ni el ayer, ni en el quehacer,

Por un momento, quisiera ser como los copos de nieve,

leves y despreocupados en su morir, que es el vivir

cada instante como único, lento, irrepetible y urgente.

lunes, 25 de julio de 2011

A Room of One's Own


Como tantas cosas en la vida, este blog es el fruto de una serie de eventos, aparentemente aislados, pero relacionados entre sí. Hilvanados por la conciencia del observador, que se convierte en tejedor de la realidad que habita.
Hace unos meses, en una tarde de fin de verano frente al Lago Moreno, en la Patagonia Andina, una amiga, coterránea castellana y compañera de aventuras patagónicas, me habló de un libro, El Camino del Artista, de Julia Cameron. Las propuestas de la autora me parecieron perfectas para poder asistir a otro amigo cuya situación vital puntual me preocupaba. Con este ánimo me hice con el libro. Pero como casi siempre, cuando uno intenta ayudar al otro, está en realidad tratando de ayudarse a sí mismo. Además de comprarle el libro a mi amigo, me lo compré para mí. La lectura de este libro generó exactamente lo que pretende producir en sus lectores, una especie de revolución interna, un proceso personal hacia una mayor creatividad, hacia una vida menos lineal y previsible. Uno de los descubrimientos de ese proceso fue la necesidad de retomar el hábito de escribir. Escribir por el placer mismo de hacerlo; escribir como terapia, como celebración de la vida, como antídoto contra el aburrimiento y la desidia.

Cameron cita a muchos artistas en su libro. Entre ellos no podía faltar la gran Virginia Woolf. En algún blog futuro escribiré sobre la Woolf y su incidencia en mi proceso, rodeada de coincidencias, algo mágicas e inquietantes. Por el momento simplemente mencionaré uno de sus trabajos más famosos y citados, Una Habitación Propia. En él, la autora defiende que una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción. Adquirí y leí este libro en mi post-adolescencia. Por entonces gozaba de esta habitación propia desde mi infancia más temprana y no lo consideraba algo especialmente valioso. En aquella época, como tantos jóvenes, llevaba un diario, en el que plasmaba mis inquietudes, mis dudas y mis hallazgos. Como muchas mujeres que se embarcan en una vida profesional y familiar, abandoné ese diario poco antes de la treintena. También deje de tener mi propia habitación. Esto por supuesto no supuso ninguna pérdida consciente, ya que mi ganancia era mucho mayor: las bondades del matrimonio y la maternidad. Sin embargo, mi consciencia observadora y tejedora recuerda no pocas veces, sobre todo en el silencio de la noche, en las que me visitaba la imagen de mi habitación de niña, de adolescente, en casa de mis padres. La habitación sufrió muchos cambios a lo largo de los 24 años que pasé en ella, pero siempre fue la misma, y mantuvo su esencia: un refugio, un santuario, un lugar para la introspección, para el juego, el trabajo o la creación.

Durante los últimos meses, he pensado en Virginia Woolf, en su vida, su obra, y he intentado descifrar el mensaje que este personaje me ofrecía en este momento de mi vida. Otra gran amiga, arquitecta, se encontraba en ese mismo momento desarrollando un trabajo sobre Bill Viola y su obra Catherine’s Room, una instalación audiovisual de cinco pantallas paralelas, que muestran a una mujer realizando tareas y rutinas vitales (yoga, costura, escritura, oración, descanso), en una austera habitación similar a una celda monacal. Todos estos pensamientos se fueron hilvanando en mi consciencia y la necesidad de encontrar un espacio propio en la casa fue aflorando tímidamente.

A la vuelta de un viaje casi iniciático a California que duró 20 días, mi compañero de vida me hizo el gran regalo de materializar mi anhelo sin que yo tuviera ni siquiera que pedirlo. Había transformado la oficina en la que trabajábamos juntos desde hace cuatro años, en mi espacio personal, mi “habitación propia” para trabajar y crear. El reencuentro, después de 15 años, con un lugar propio, un espacio vital privado, me emociona, me inspira y sobre todo me estimula. La existencia de ese espacio vital exterior, por muy pequeño que sea, donde podamos, aunque sea unas horas a la semana, encontrarnos con nosotros mismos y sentir la libertad de ocupar el tiempo en lo que nos plazca (escribir, dibujar, leer, meditar, cantar) es fundamental para poder cultivar ese espacio más importante, la habitación interior, y decidir qué queremos poner en ella, qué queremos sembrar y cómo queremos disfrutarla, cada semana, cada mes, cada año. Si habitamos ese espacio interior de manera constante y cuidada, atentos a nuestras necesidades y anhelos, estoy segura de que surgirán regalos y logros inesperados.


Este blog surge de un impulso de expresar el gozo por la existencia de ambos espacios (interior y exterior) que hoy habito, y del deseo de que se encuentren en un lugar propio, mi pequeña celda en esta gran colmena de internautas, donde poder compartir algunas de las cosas que me pasan en estos espacios propios. Es una invitación a que entres a mi habitación y te sientes a mi mesa. A compartir un té y charlar. Porque así como creo en la existencia de un espacio de soledad como un aspecto fundamental para el crecimiento creativo y espiritual del ser humano, también es cierto que la riqueza que no se comparte se estanca y se pudre, mientras que la experiencia compartida se multiplica, se embellece y se dignifica.